San Lucas 3, 10 - 18

Al prepararnos para celebrar el nacimiento de Jesús, nos llenamos de gozo porque Dios, en la primera venida de su Hijo, ha comenzado a cumplir sus promesas. En Cristo, el Todopoderoso borró las sentencias que había en contra nuestra, de las que éramos merecedores por nuestros pecados. En Cristo, Dios ha venido a vivir en medio de nosotros, renovando su amor, echando fuera nuestros temores y librándonos de todo mal (Sofonías 3, 16 - 18).
San Juan Bautista anunciaba el inminente cumplimiento de las promesas de Dios diciendo a sus oyentes que debían actuar de modo que se viera "claramente que se han vuelto al Señor" (Lucas 3, 8). Cuando le preguntaron, "¿Qué debemos hacer?" (Lucas 3, 10), les respondio que debían ayudar a los necesitados y ser justos los unos con los otros, porque si querían entrar en el Reino de Dios, tenían que reformar su vida.
Nosotros, si queremos la vida de Cristo y la salvación, también tenemos que enmendar nuestra conducta. No solo debemos aceptar a Jesús como Salvador, sino también imitarlo y cumplir sus mandamientos. Dios nos pide ser justos con los demás: "El Señor ya te ha dicho, oh hombre... qué es lo que Él espera de ti: que hagas justicia, que seas fiel y leal y que obedezcas humildemente a tu Dios" (Miqueas 6, 8). De modo que, en todas nuestras relaciones, debemos actuar según la voluntad de Dios, tratar a los demás con justicia, sin explotar ni aprovecharse de nadie. En el trabajo, hemos de dedicarnos honestamente a nuestras tareas y cumplir la jornada según lo que se nos pague (Lucas 3, 13 - 14).
Además, debemos tratar de estar conscientes de las necesidades de los demás, y ayudarlos cada vez que podamos; porque nuestro amor a Jesús será genuino solo si amamos a los demás.

"Amado Señor, actúa profundamente en nuestro corazón para que te preparemos un camino recto actuando con amor, comprensión y justicia con los demás y perdonando a quienes nos ofenden o prejudican". Amén.




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