Lucas 1, 26 - 38
Todos sabemos lo muy especial que es la Virgen María, pues Dios la escogió para que fuera la madre de su Hijo. Pero por el solo hecho de que María es un ser especial, eso no significa que tú seas menos. ¡Tú también eres especial! ¿Por qué? Porque, así como ella, tú también has encontrado gracia ante Dios, la gracia inmerecida del cielo. De hecho, Dios te ama tanto que envió a su Hijo al mundo, no para condenarte, sino para salvarte (Juan 3, 17).
La Virgen María es llena de gracia, cierto, ¡pero tú también lo eres! Dios te ha favorecido a ti también, como a María. La Escritura dice que, a los fieles, Dios ha concedido su gracia con "abundancia" (Romanos 5, 17), una gracia que siempre es como un manantial que brota del corazón y que está siempre activo en nuestra vida. San Pablo nos dice que la gracia de Dios es "suficiente", incluso para hacer que el poder de Dios se "perfeccione" en los fieles (2 Corintios 12, 9).
Esta gracia actúa en nosotros para que seamos menos egoístas y más bondadosos y generosos; nos ayuda a perdonar y a despojarnos de los traumas interiores que tengamos. Principalmente, la gracia de Dios nos da lo necesario para llegar a ser más como él. Así actuó la gracia divina en la vida de la Virgen María, y es lo que también puede hacer en nuestra propia vida.
Hoy es Nochebuena y mañana es Navidad. ¿No sería maravilloso que todos pudiéramos reposar tranquilamente y dejar que la gracia que está presente en nosotros nos convenza de que Jesús es el Señor? Esto es lo que María hizo cuando se dedicaba a ponderar la randeza de Dios y lo que la gracia divina hacía en su vida (Lucas 2, 19). De hecho, el mejor regalo de Navidad que podemos darle al Señor es dejar que su gracia brote en nuestro corazón. Recuerda que tú también eres especial. Así que, dedica tiempo al Señor y deja que su gracia inunde tu corazón.
"Te agradezco, Señor y Dios mío, por la gracia y todos los demás dones y bendiciones que me concedes".
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