Juan 1, 6 - 8 . 19 - 28


Toda la historia de la humanidad llega a su punto culminante en este breve período de menos de 35 años, en el cual Jesucristo, el divino Verbo Encarnado, vino a habitar entre sus criaturas: los humanos.
San Juan Bautista se regocijó con la venida de Cristo. Reconocía que él no era digno de desatarle las sandalias (Juan 1, 27), pero anhelaba su venida (Juan 3, 28 - 30). Tan entusiasmado y asombrado estaba el Bautista con la proximidad del Mesías y las maravillas de la salvación que él traería, que consideraba que su propia misión, comparativamente humilde, era un gran prívilegio.
Los judíos contemporáneos de San Juan Bautista también pronosticaron la venida del Mesías. Por eso preguntaron al Bautista si él era el Ungido, o el profeta Elías. Los judíos sabían que Dios haría cosas maravillosas entre su pueblo, pero no supieron reconocer las señales de los tiempos.
San  Juan Bautista vio y comprendió estas señales. Se llenó de gozo en su humilde condición y voluntariamente llegó a ser heraldo de Dios Altísimo, la voz que clamaba en el desierto (Juan 1, 20 - 23). ¿Cómo fue que Juan Bautista comprendió las señales de su tiempo? Había aprendido a no "apagar el Espíritu", a probarlo todo y aferrarse a lo bueno (vease 1 Tesalonicenses 5, 19 - 21). Escuchó y siguió la guía del Espíritu de Dios. Se transluce en la narración que el Espíritu de Dios lo fue guiando y llevando al Mesías desde el momento en que saltó de gozo en las entrañas de su madre (Lucas 1, 41 - 44) hasta proclamar que Jesús era el Cordero de Dios (Juan 1, 29 - 34).
Pidámosle al Espíritu Santo que nos ilumine mientras oramos y respondemos a la Palabra de Dios durante este Adviento. Así podremos llegar a ser también heraldos del Mesías en nuestro tiempo.

"Amado Padre celestial, te doy gracias por haber enviado a tu Hijo Jesucristo para salvarme de mis pecados, para que un día yo llegue al esplendor de tu morada celestial, allá donde tú habitas en una luz admirable".


Tomado de: La Palabra Entre Nosotros.




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