San Lucas 1, 39 - 45
El eterno plan de salvación dispuesto por Dios estaba en marcha.
El ángel Gabriel, cumpliendo su trascendental visita a María, la Virgen de Nazaret, le había anunciado que ella sería la madre del Hijo de Dios. Solo faltaba el "sí" de ella. ¿Cuál sería la respuesta?
Para ventura nuestra, ella respondió con una entrega y generosidad que solo podía brotar de un corazón que tuviera una constante e íntima comunión con Dios, y absoluta confianza en la Palabra del Señor. Habiéndose entregado a Dios desde pequeña como sierva humilde y sumisa, María cumplió con creces ese papel, partiendo de prisa a visitar y ayudar a su parienta Isabel, que milagrosamente había concebido en su vejez (Lucas 1, 36 . 39).
Dios se sirvió de la obediencia de la Virgen María para comunicar a otras personas el poder del Espíritu Santo: en el vientre de su madre, Juan dio saltos de alegría, reconociendo como su Señor al Hijo que María llevaba en su seno. Su madre, llena del Espíritu Santo, alabó a María diciéndole: "Dios te ha vendecido más que a todas las mujeres... por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho" (Lucas 1, 42 - 45).
Pero Dios quiere hacer maravillas en todos sus fieles. Lo que hace falta es pedirle al Espíritu Santo que reanime en nosotros el deseo de aceptar y hacer la voluntad de Dios, aunque ésta difiera mucho de los planes que nos hemos hecho.
La Virgen María pudo cumplir la voluntad divina porque aceptó cabalmente el amor de Dios. Nosotros también debemos confiar y obedecer la palabra del Espíritu; solo así podremos repetir: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad." Si seguimos al Señor fielmente por el camino de la vida, podremos ser portadores de Cristo ante el mundo, que anhela una luz de esperanza en medio de la oscuridad del pecado y la corrupción.
"¡Oh Emanuel, nuestro Rey, Salvador de las naciones, esperanza de los pueblos, ven a libertarnos, Señor; ¡no tardes ya! Ven pronto, Señor." Amén.
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