Jesús había sido concebido en Nazareth, domicilio de José y de María y allí era de creerse que había de nacer según todas las posibilidades. Más Dios lo tenía dispuesto de otra manera, y los profetas habían anunciado que el Mesías nacería en Belén de Judá, ciudad de David. Para que se cumpliera esta predicción Dios se sirvió de un medio que no parecía tener ninguna relación con el objeto, a saber la orden dada por el Emperador Augusto de que todos los súbditos del Imperio Romano se empadronasen en el lugar de donde eran originarios. María y José, como descendientes de David no estaban dispensados de ir a Belén; y ni la situación de la Virgen Santísima, ni la necesidad en que estaba José de trabajo diario que le aseguraba su subsistencia, pudo eximirlos de este largo y penoso viaje, en la estación más rigurosa e incómoda del año.
No ignoraba Jesús en qué lugar debía nacer, y así inspira a sus padres que se entreguen a la Providencia y de esta manera concurran inconscientemente a la ejecución de sus designios. Almas interiores observad ese manejo del Divino Niño, porque es el más importante de la vida espiritual, aprended que El se halla entregado a Dios, ya no ha de pertenecer a sí mismo ni ha de querer a cada instante sino lo que Dios quiere para él siguiéndole ciegamente aún en las cosas exteriores tales como el cambio de lugar donde quiera que le plazca conducirle. Ocasión tendréis de observar esta dependencia y esta fidelidad inviolable en toda la vida de Jesucristo y este es el punto sobre el cual se han esmerado en imitarle los santos y las almas verdaderamente interiores, renunciando absolutamente a su propia voluntad.
(Todo lo demás como el día primero)
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